El mar, hecho ola, golpeaba la roca. La roca, altiva,despreciaba los golpes.
- ¿Por qué te resistes?
- ¿Por qué me golpeas?
- ¿Te hago daño?
- No, pero me ofendes.
Y la roca con su pétreo orgullo, seguía resistiendo.
La ola, a veces, la acariciaba, a veces la golpeaba. Ya la gaviota sonreía: “Siempre están con el mismo problema”. Y bajaba volando y se posaba en la roca.
- Márchate, gaviota. No te apoyes en mí.
- Eres como una mujer soberbia. No te molesto. Estás hecha para los pájaros.
- Yo soy para mí.
Aquella tarde la gaviota leyó un periódico flotando en el agua: “Se va a canalizar la ría”.
- Roca, vas a morir.
- Yo nunca muero.
- Te quedarás sin agua, sin peces. Sola y reseca, como un esqueleto.
- Prefiero la sequedad. Prefiero la soledad. Así no me molestará el mar.
Y el mar volvía y la azotaba de nuevo. Pero la roca, cada vez más piedra, rompía al mar haciéndolo espuma. Vieron unas grúas en el puerto. Dragadoras, obreros, moles inmensas de piedra. La gaviota volaba y jugaba con el mar. El mar le entregaba sus peces, los pequeños. La gaviota dijo al mar:
- Van a desviarte de tu camino.
-¿Quiénes?
- Los hombres van a canalizar la ría.
Y el mar lo sintió. Porque estaba acostumbrado a luchar contra la roca. Tendría un problema menos y un descanso más. Pero el descanso la aburría.
- Déjame en paz - le gritó la roca.
- Ten paciencia. Vengo a despedirme.
- No lo creo. Siempre vienes y vas. Volverás.
- No, no puedo.
- Voy a quedar sola.
- Era lo que querías.
- Puedo vivir sola.
- Nadie puede.
Y vinieron los hombres. Y cayeron las piedras. Trabajaron las grúas. El mar no volvió. El mar encontró otro camino. Y conoció otras rocas. Al principio echaba de menos a su roca. Pero debía moverse, golpear otras rocas, encontrar su fuerza. La roca se fue secando. Al principio disfrutaba de su paz. Pero su soledad comenzó a aprisionarla. Ya no se posaba la gaviota. La suave humedad fue desapareciendo. Ya no podía llorar. Había quedado sin lágrimas. Las llamaba, pero no volvían. Llamó al mar, llamó a la gaviota. Pero nadie acudía.
Los niños iban a jugar. Colocaban pucheros viejos sobre ella. Y lanzaban piedras. Unos gamberros tiraron sobre ella un bidón de brea. La roca dejó de ver, de oír. Había muerto.
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La roca y el mar
3 de agosto de 2006
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